Si el mar evoca un signo de exclamación, los ríos equivaldrían a interrogantes. Siempre misteriosos y cautivadores. Las aguas bravas del Miño son perfectas para el rafting y otros deportes de riesgo y sus orillas cuentan historias de contrabando, lampreas, criaturas mágicas y antiguos buscadores de oro. Descubre qué hacer en Galicia.
Por Rita Abundancia
Decía Álvaro Cunqueiro que Galicia es el país de los mil ríos; donde el Miño es el rey, con sus 340 km que lo convierten en el más largo y caudaloso de esa comunidad.
Como buen gallego, el Miño tarda en pronunciarse y su propio nacimiento ha variado a lo largo del tiempo. Antiguamente, en las escuelas, los niños recitaban frente a un mapa de España amarillento que el Miño nacía en Fuentemiña, provincia de Lugo, y pasaba por Lugo, Orense y Tui. Pero de un tiempo a esta parte, O Pedregal de Irimia se perfila como el verdadero enclave donde el Miño viene al mundo. Un río de piedras, que a lo largo del camino van convirtiéndose en agua.
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Los tesoros del Miño
Si nadie hubiera estancado nunca sus aguas, el Miño tendría zonas de rápidos en gran parte de su curso; pero ahora sus aguas bravas se concentran en el tramo que va del embalse de Frieria a As Neves; debido a las cinco presas de gran tamaño que se han construido en este río: Belesar, Peares, Velle, Castrelo do Miño y Frieira. En total, en su cuenca, hay más de 40 embalses.
Desde Frieira hasta su desembocadura, en A Guardia, el Miño recorre vivo y libre sus últimos 70 kilómetros, haciendo frontera entre Galicia, al lado derecho, y Portugal, al izquierdo. El río une y separa ambos países, creando una raza diferente de habitantes, ‘os miñotos’ que viven en sus orillas. Los más viejos recuerdan historias de contrabando en una zona en la que la estrechez de esta lengua de agua permitía burlar la ley y el orden. “El río no solo transporta agua, transporta vida”, como dijo el escritor indio, Amit Kalantri.
A Portugal hay que agradecer que este tramo se mantenga virgen y sin presa, ya que hasta ahora ha sido el que más oposición ha puesto a la construcción de otro nuevo embalse. Recientemente, el gobierno ha revocado, definitivamente, la concesión para la construcción del polémico Salto de Sela. Lo que asegura que en el futuro se podrá seguir disfrutando de este tramo del río en su versión salvaje y original.
Es aquí donde el río se enfada y ruge, y su agua enloquece formando rápidos, trenes de olas, contracorrientes y rulos. Aquí pueden practicarse diferentes deportes de aventura en aguas bravas como el rafting, hidrotrineo, kayak autovaciable e incluso el tan de moda stand up paddle.
El dicho de Heráclito de que “no es posible descender dos veces el mismo río” es aquí palpable, ya que el nivel de agua varía, dependiendo de las necesidades de producción de energía hidroeléctrica. Con el mínimo de agua, lo que ocurre en contadas ocasiones, los rápidos son más fáciles, lo que permite perderle un poco el respeto y jugar con ellos. Con un mayor caudal de agua (60 m3/sg hasta los 200 m3/sg), lo que es habitual en primavera y verano, se consiguen las condiciones óptimas para cabalgar el Miño. Cuando este sube por encima de los 300 m3/sg, muchos rápidos desaparecen; pero a cambio el río, siembre generoso, nos proporciona fuertes movimientos de agua (remolinos y marmitas) que aportan mucha emoción a los descensos. Algunos remolinos pueden, incluso, engullir o darle la vuelta a una balsa y obligar a sus tripulantes a un baño imprevisto; porque al río también le gusta jugar, gastar bromas y exhibir su retranca gallega.
Un paisaje misterioso
Si te preguntas qué hacer en Galicia, entre rápido y rápido, el Miño da la posibilidad de descansar, coger aire, escupir agua y llenarse del paisaje durante los remansos. Rocas graníticas delimitan el caudal de agua; mientras pinos, eucaliptos y acacias (especies invasoras) van, desgraciadamente, ganando terreno a las especies autóctonas en franco retroceso, debido sobre todo a los incendios. Aunque todavía pueden verse sauces, carballos (robles) y sobreiras (alcornoques). Las hojas de castaño se utilizaban para filtrar el agua en la época de los romanos, cuando el Miño llevaba oro, porque la historia de este río fascinante e hipnotizador registra también un episodio de fiebre del oro, de buscadores que se acercaban a sus orillas en busca del metal precioso.
Otro de los tesoros del Miño son sus pesqueiras, formaciones pedregosas, construidas en la Edad Media, que desde la ribera se adentran estratégicamente en aquellas zonas del río donde menos trabas encuentran las lampreas para remontarlo. Es ahí donde se colocan las masouras o biturones, aparejos de pesca artesanal que consisten en una red en forma de embudo, por cuya gran boca abierta se cuelan los peces.
Las pesqueiras son propiedad privada; pero, desde hace unos años, también son patrimonio cultural. Aunque no pueden presumir de haber ido a Hollywood, lo cierto es que la Industria del cine se acercó a ellas en 1957, para rodar escenas de la película Orgullo y pasión, protagonizada por Frank Sinatra, Cary Grant y Sophia Loren.
El rodaje revolucionó Arbo, la Villa de la Lamprea, aunque los actores reales nunca fueron allí sino sus dobles, que debían escenificar el transporte de un cañón de 17 metros por el río. Para las escenas se contrataron a 200 figurantes de los alrededores que cobraron 100 pesetas por día de trabajo, toda una fortuna en aquellos años.
Criaturas del Miño
Entre los distintos peces que también cabalgan el Miño, la lamprea es uno de los más preciados y también el más antiguo, ya que es más viejo que los dinosaurios. Yo vi una cuando bajaba un rápido en medio de la espuma que formaba el agua y su aspecto era inquietante; una mezcla entre anguila y culebra, con una boca redonda, a modo de ventosa, rellena por filas concéntricas de puntiagudos dientes.
Sin embargo, este pequeño alien fluvial es clasificado como un bocado gourmet desde la época de los romanos, que consideraban a la lamprea un manjar de dioses. Plinio “El Viejo” relató en su Historia natural el gusto de los emperadores por este pez alienígena, que se transportaba a Roma en vasijas de cerámica, tras ser capturadas en el Miño.
La lamprea tiene hoy su fiesta, sus jornadas gastronómicas y, ¡Cómo no!, su empanada.
Si la tierra y el mar han tenido, no solo en Galicia sino en el mundo entero, sus seres mitológicos y encantados; los ríos, con su energía creadora y poder de destrucción, estuvieron también poblados por seres fantásticos.
En el Miño habitaban (y, ¡quién sabe si todavía habitan!) feiticeiras, que eran la versión fluvial de las sirenas. Hermosas mujeres que podían engatusar a los hombres y llevarlos a las profundidades. Los xacios u hombres pez, vivían en pozos ubicados por toda la cuenca del río y eran seres anfibios, que podían vivir dentro y fuera del agua. Las leyendas cuentan que incluso había matrimonios entre xacios y humanos, aunque casi nunca llegaban a buen término.
Los propios romanos creían que el Miño era un río embrujado que se asomaba al fin del mundo, como muchos mares. Ellos sostenían que, tras la niebla que cubría la desembocadura de este río se encontraba un acantilado que conducía al vacío.
Qué hacer en Galicia
Navegable los 365 días del año, el Miño ofrece una temperatura media de 12 ºC en invierno (se puede combatir el frío con ayuda de un neopreno) y unos 23ºC en verano.
Deslizarse en balsa o canoa por sus aguas es la forma más directa de entrar en contacto con este río misterioso, tranquilo, furioso, bonachón, salvaje, desconcertante y que nunca es el mismo.
Repetidas veces he navegado sus aguas; bajo el sol y bajo la lluvia; y puedo decir que cada vez que alguien se acerca al Miño es obsequiado con una sorpresa.
“El río enseña a escuchar y el agua enseña que es bueno tender hacia abajo, hundirse y buscar las profundidades”.
Herman Hesse